lunes, 21 de abril de 2008

Cien días más de una historia que son más que cien años de soledad porque son tambien de pobreza y martirio

No ha existido durante quinientos años quien pueda contra un sistema que ha engendrado sus propios males. Mucho menos lo habrá - pasados cinco siglos- quien intente remover las profundas estructuras en las que se han sostenido generaciones al servicio y beneficio de intereses económicos, sociales, políticos y hasta religiosos con las más puras intenciones egoístas.

No es solamente contra nuestra condición étnica o social que se impone el capricho de los oligarcas, los políticos, los burócratas y cuanta alma de Dios o el diablo en desbandada codicia por los bienes del Estado y la Nación, es también contra nuestra posibilidad de reivindicarnos por culpa de nuestra desmemoria, nuestra amnesia histórica.

La actual inestabilidad social es un resultado residual provocado por un sistema anquilosado por el efecto de la injusticia y la marginación que han hecho imperar la pobreza.

La seguridad social que se le exige al Estado en estos momentos, las oportunidades de empleo de salud, educación y desarrollo son una mera utopía para cualquier gobernante que ostenta un mandato constitucional para presidir el Estado pero que no tiene autonomía interna ni mucho menos soberanía para ejecutar un cambio estructural que es de imperiosa necesidad desde los tiempos de la colonia y de la época independiente.

Se seguirá hablando como en los tiempos de la reforma liberal, de la revolución de Octubre, -reformas y revoluciones que han hecho los mismos grupos de poder- del desarrollo para Guatemala y sin embargo, siempre el pueblo estará presto a creer cada cuatro años que habrá un nuevo gobernante que de verdad cambiará la historia.

¿Quien será presidente sin necesidad de un martirio?, ¿Quien lo será sin la ambición de una prebenda?, ¿Quien?...

AÚN CONTINÚAS VIVA
Por Hugo Arce

Te quiero así, tal como eres.

Te quiero con tus volcanes verdes, húmedos de sangre y tus cielos siempre azules. Te quiero, sabiendo que en tu nombre se mata, se roba, se saquea o se hiere.

Te quiero, sabiendo de tus conquistadores y los cascos salvajes de sus caballos, que secularmente te han saqueado y explotado con diferentes jinetes y diferentes guerreros.

Te quiero, sabiendo que por esta tierra -que de niño soñé mía- se arrasa diariamente el futuro, convirtiendo a los niños de hoy en futuros delincuentes o parias, sabiendo que por esta tierra se cercenan manos y se separan los hijos de las madres para buscar trabajo en otras tierras; sabiendo que nunca más, nunca jamás volverán a verse o a encontrarse, porque aquí las oportunidades se han agotado y sólo queda el exilio, la delincuencia o el hambre. Somos un país en fuga de su propia pobreza.

Así te quiero, Guatemala, con las maras asolando cada rincón de tu suelo, con El Gallito, El Limón y la zona dieciocho. Te quiero con la dureza verde del Palacio Nacional, la Catedral y el vecindario.

Te quiero con tus tinajas de barro cocido y ese sabor especial que tiene el agua en las mañanas; con los indios que cruzan mi calle con un mecapal oprimiéndoles la frente, para vender escobas, sueños o naranjas.

Te quiero, patria, sabiendo que tienes muchos males: cementerios clandestinos, viudas, huérfanos, masacres y asaltos en los buses.

Te quiero, a pesar de la AID y del embajador norteamericano.

Te quiero, sabiendo que en tus calles se mata por un teléfono celular y hay un niño que morirá de hambre esta mañana...

Te quiero, con Castillo Armas rompiendo tu futuro, con Ydígoras persiguiendo estudiantes, con Peralta Azurdia y los primeros veintiocho desaparecidos, con Méndez Montenegro y su cotidiana matraca y con Arana bajando el ruedo a las faldas de las colegialas.

Te quiero por la paz que vi -tan sólo vi- en las aguas tranquilas del Lago de Atitlán, por las casitas de azúcar de María Gordillo y las cajas de mazapán que venden en tus pueblos.

Quiero tus iglesias y crecí viendo a los niños jugar en el atrio de una de ellas, para de grandes ser pacientes y amargados.

Te quiero así, sabiéndote pobre, dormida, dócil y descalza.

Te quiero, por encima de tus muertes diarias, de las masacres de Panzós y Sansirisay y de los homosexuales que hacen calle en la quinta avenida para poder ganarse la vida.

Te quiero siempre, con un sabor amargo en la boca y con miedo de leer tus diarios y encontrar el nombre del amigo en la noticia.

Te quiero, Guatemala, sabiendo que en tus calles se muere y se mata y que es muy fácil no amanecer mañana.
Así, te quise cuando pequeño y así te quiero de hombre. Y hay noches en las que despierto como para vestirme, para llorar o para ver si duermes. Para convencerme que en tu muerte, aún continúas viva.

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