lunes, 27 de octubre de 2008




El Arjé de Alejandría

“El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo”.

-Gabriel García Márquez, en “Cien años de soledad”-

Así como indeterminado es el momento del siglo III o del IV en el que quizá fue destruida la biblioteca de Alejandría, lo es la conjetura de que en los extensos contenidos de su gran bitácora lumínica, se perdió para siempre ahogado en fatídicos rescoldos, la esencia de un Arjé del que nos sentimos insondablemente menesterosos.

Se dice de la biblioteca de Alejandría que fue obra de la Dinastía Ptolemaica la cual gobernó Egipto durante el periodo helenístico, -se atribuye a Ptolomeo I Sóter su creación- Me ha parecido un tanto fabulada la circunstancia de su pérdida no obstante que haya estado situada en la gran Alejandría de aquella época, Emporium de intelectuales de la antigüedad; se considera no solamente un hecho misterioso su destrucción sino una de las mayores desgracias ocurridas para la civilización occidental.

Al gitano Melquiades -concebido por García Márquez en Cien años de soledad- me lo supongo venido desde esta biblioteca a la sinuosidad de Macondo llevándole imaginaciones a los Buendía, entelequias escarbadas de algún rincón de Serapis, digamos por ejemplo: los imanes, el catalejo, la lupa que era el último descubrimiento de los judíos de Ámsterdam la que a José Arcadio Buendía le hizo figurarse un arma de guerra con cuyos efectos podría encender en llamas a la tropa enemiga. Que bellas las imaginaciones de Gabo, ¿cómo no habría de ser un Nobel?

Pero siendo que haya sido o no culpa del Califa Omar o de los Emperadores Aureliano o Diocleciano, o Teodosio el Grande el siniestro contra la rinconera de epítomes del más granado y excelso conocimiento acumulado en la era de la Dinastía Lágida, es para distintos historiadores sujeto de sospechas que en torno al suceso se haya deliberadamente creado una leyenda retrospectiva.

De lo que no puede haber duda es que en sus recintos vivieron famosos de todas las formas posibles del conocimiento: los gramáticos alejandrinos que fijaron las leyes de la retórica y la gramática, los geógrafos que trazaron mapas del orbe y los filósofos cuyo conjunto instituyó una tendencia de modalidad religiosa.

Entre los sabios de entonces, circulan espectrales en mi ilusión abstracta los geómetras Arquímedes y Euclides, Hiparco y sus ideas sobre el carácter geocéntrico del universo y la naturaleza vital de las estrellas que en lento o vertiginoso desplazamiento en las centurias al final también como nosotros mueren, Aristarco que opuesto a lo geocéntrico pensaba que la tierra y los planetas se movían alrededor del sol. De estas conjeturas del Helios de repente se concibieron otras suposiciones tan policéntricas como la globalización o lo del “destino manifiesto” que por antojo de una concesión divina los yanquis se dieron a creer la potestad de invadir el continente americano en el nombre de la libertad y un autogobierno que no le permiten a nadie.

Según semejantes justificaciones imperialistas un gran sabio como Eratóstenes y su geografía perfecta habrían creado un anatema en la formulación de un mapa en la que mostró todo el mundo hasta entonces conocido pero… en la que haría falta ocurrir la posibilidad de medir la circunferencia del globo con el compás de los estadounidenses para no acusarle errores a la obra.

La esencia de un arjé del que nos sentimos insondablemente menesterosos nos hace falta en este siglo XXI para trascender de lo paupérrimo a lo siquiera humanamente decente en nuestras maneras de convivencia social.

Hace falta volver hacia aquellos viejos y probados principios que no son propiedad del Estado ni de personas ni cofradías egocéntricas sino patrimonio de toda la humanidad para conseguir una aproximación a lo justo.

A nuestros patriarcas, nuestros políticos, nuestros hombres emblemáticos, nobles y comunes se les ha extraviado el cuadrante de la sensatez.

Vamos como sepultando conclusiones como las de Herófilo que desde la antigüedad sentenció que la inteligencia está en el cerebro y no en el corazón y henos aquí detenidos en el lumpen ajenos al orden civilizado.

Es por eso que cuestiones tan elementales como democracia, soberanía, derechos humanos, constitucionalidad, autonomía, le incomodan y suenan mal a la gente privilegiada, tal como en “El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias le suena la palabra ¡Madre! al Pelele que convertido en una fuerza ciega le quita la vida a dentelladas al coronel José Parrales Sonriente.
Maravilloso también Asturias en sus imaginadas analogías de nuestra realidad. Me cabe en una singular reflexión entre la incertidumbre inmanente de Homo Sapiens y mi búsqueda incesante de significados la conclusión que desde el principio u origen de todas las cosas nos es posible únicamente percibir aproximaciones a lo cierto.

Memorial Literaria

Discurso de Pablo Neruda al recibir el Premio Nobel

Chile Vive
1971


Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros límites el Polo Sur, que nos parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.

Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en si mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan solo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos en ondulante cabalgata –eliminando los obstáculos de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando más bien- el derrotero de mi propia libertad. Los que me acompañaban conocían la orientación, la posibilidad entre los grandes follajes, pero para saberse más seguros montados en sus caballos marcaban de un machetazo aquí y allá las cortezas de los grandes árboles dejando huellas que los guiarían en el regreso, cuando me dejaran solo con mi destino.

Cada uno avanzaba embargado en aquella soledad sin márgenes, en aquel silencio verde y blanco, los árboles, las grandes enredaderas, el humus depositado por centenares de años, los troncos semiderribados que de pronto eran una barrera más en nuestra marcha. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión.

A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tremendas tormentas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura.

A cada lado de la huella contemplé, en aquella salvaje desolación, algo como una construcción humana. Eran trozos de ramas acumulados que habían soportado muchos inviernos, vegetal ofrenda de centenares de viajeros, altos túmulos de madera para recordar a los caídos, para hacer pensar que los que no pudieron seguir se quedaron allí para siempre debajo de las nieves. También mis compañeros cortaron con sus machetes las ramas que nos tocaban las cabezas y que descendían sobre nosotros desde la altura de las coníferas inmensas, desde los robles cuyo último follaje palpitaba antes de las tempestades de invierno. Y también yo fui dejando en cada túmulo un recuerdo, una tarjeta de madera, una rama cortada del bosque para adornar las tumbas de uno y otro de los viajeros desconocidos.

Teníamos que cruzar el río. Esas pequeñas vertientes nacidas en las cumbres de los Andes se precipitan, descargan su fuerza vertiginosa y atropelladora, se tornan en cascadas, rompen tierras y rocas con la energía y la velocidad que trajeron de las alturas insignes: pero esa vez encontramos un remanso, un gran espejo de agua, un vado. Los caballos entraron, perdieron pie y nadaron hacia la otra ribera. Pronto mi caballo fue sobrepasado casi totalmente por las aguas, yo comencé a mecerme sin sostén, mis pies se afanaban al garete mientras la bestia pugnaba por mantener la cabeza al aire libre. Así cruzamos. Y apenas llegados a la otra orilla, los baqueanos, los campesinos me preguntaron con cierta sonrisa:

-¿Tuvo mucho miedo?

-Mucho, creí que había llegado mi última hora –dije.

-Íbamos detrás de usted con el lazo en la mano –me respondieron.

-Ahí mismo –agregó uno de ellos- cayó mi padre y lo arrastró la corriente. No iba a pasar lo mismo con usted.

Seguimos hasta entrar en un túnel natural que tal vez abrió en las rocas imponentes un caudaloso río perdido, o un estremecimiento del planeta que dispuso en las alturas aquella obra, aquel canal rupestre de piedra socavada, de granito, en el cual penetramos. A los pocos pasos las cabalgaduras resbalaban, trataban de afincarse en los desniveles de piedra, se doblegaban sus patas, estallaban chispas en las herraduras: más de una vez me vi arrojado del caballo y tendido sobre las rocas. Mi cabalgadura sangraba de narices y patas, pero proseguimos empecinados el vasto, el espléndido, el difícil camino.

Algo nos esperaba en medio de aquella selva salvaje. Súbitamente, como singular visión, llegamos a una pequeña y esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de ríos y el cielo azul arriba, generosa luz ininterrumpida por ningún follaje.

Allí nos detuvimos como dentro de un círculo mágico, como huéspedes de un recinto sagrado: y mayor condición de sagrado tuvo aun la ceremonia en la que participé. Los vaqueros bajaron de sus cabalgaduras. En el centro del recinto estaba colocada, como en un rito, una calavera de buey. Mis compañeros se acercaron silenciosamente, uno por uno, para dejar unas monedas y algunos alimentos en los agujeros de hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto.

Pero no se detuvo en este punto la inolvidable ceremonia. Mis rústicos amigos se despojaron de sus sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, raspando la huella circular dejada por tantos bailes de otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación entre desconocido y desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta aun en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.

Más lejos y a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de habitación humana, y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a uno de ellos y vimos, al claror de la lumbre, grandes troncos encendidos en el centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo un humo que vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas. Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres. Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una canción que, naciendo de las brasas y la oscuridad, nos traían la primera voz humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de distancia dirigida hacia la primavera lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, un lamento de amor y de nostalgia dirigidos hacia la infinita extensión de la vida. Ellos ignoraban quiénes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no conocían mi poesía ni mi nombre. ¿O lo conocían, nos conocían? El hecho real fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.

Chapoteamos gozosos, cavándonos, limpiándonos el peso de la inmensa cabalgata. Nos sentimos frescos, renacidos, bautizados, cuando al amanecer emprendimos los últimos kilómetros de jornadas que me separarían de aquel eclipse de mi patria. Nos alejamos cantando sobre nuestras cabalgaduras, plenos de aire nuevo, de un aliento que nos empujaba al gran camino del mundo que me estaba esperando. Cuando quisimos dar (lo recuerdo vivamente) a los montañeses algunas monedas de recompensa por las Canciones, por los alimentos, por las aguas termales, por el techo y los lechos, vale decir, por el inesperado amparo que nos salio al encuentro, ellos rechazaron nuestro ofrecimiento sin un ademán. Nos habían servido y nada más. Y en ese "nada más", en ese silencioso nada más había muchas cosas subentendidas, tal vez el reconocimiento, tal vez los mismos sueños.

Señoras y señores:

Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema: y no dejaré impreso a mi vez ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría. Si he narrado en este discurso ciertos sucesos del pasado, si he revivido un nunca olvidado relato en esta ocasión y en este sitio tan diferente al acontecido, es porque en el curso de mi vida he encontrado siempre en alguna parte la aseveración necesaria, la fórmula que me aguardaba, no para endurecerse en mis palabras sino para explicarme a mí mismo.

En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que la poesía es una accion pasajera o solemne en que entran por parejas medidas la soledad y la solidaridad, el sentimiento y la acción, la intimidad de uno mismo, la intimidad del hombre y la secreta revelación de la naturaleza. Y pienso con no menor fe que todo está sostenido –el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesía- en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde. Y digo de igual modo que no sé, después de tantos años, si aquellas lecciones que recibí al cruzar un río vertiginoso, al bailar alrededor del cráneo de una vaca, al bañar mi piel en el agua más purificadora de las más altas regiones, digo que no sé si aquello salía de mí mismo para comunicarse después con muchos otros seres, o era el mensaje que los demás hombres me enviaban como exigencia o emplazamiento. No sé si aquello lo escribí o lo viví, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté mas tarde.

De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados, los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.

Es verdad, si bien alguna o mucha gente me consideró un sectario, sin posible participación en la mesa común de la amistad y de la responsabilidad, no quiero justificarme, no creo que las acusaciones y las justificaciones tengan cabida entre los deberes del poeta. Después de todo, ningún poeta administro la poesía, y si alguno de ellos se detuvo a acusar a sus semejantes, o si otro pensó que podría gastarse la vida defendiéndose de recriminaciones razonables o absurdas, mi convicción es que solo la vanidad es capaz de desviarnos hasta tales extremos. Digo que los enemigos de la poesía no están entre quienes la profesan o resguardan, sino en la falta de concordancia del poeta. De ahí que ningún poeta tenga más enemigo esencial que su propia incapacidad para entenderse con los mas ignorados y explotados de sus contemporáneos; y esto rige para todas las épocas y para todas las tierras.

El poeta no es un "pequeño dios". No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios. El cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria. Y si el poeta llega a alcanzar esa sencilla conciencia, podrá también la sencilla conciencia convertirse en parte de una colosal artesanía, de una construcción simple o complicada, que es la construcción de la sociedad, la transformación de las condiciones que rodean al hombre, la entrega de la mercadería: pan, verdad, vino, sueño. Si el poeta se incorpora a esa nunca gastada lucha por consignar cada uno en manos de los otros su ración de compromiso, su dedicación y su ternura al trabajo común de cada día y de todos los hombres, el poeta tomará parte en el sudor, en el pan, en el vino, en el sueño de la humanidad entera. Sólo por ese camino de ser hombres comunes llegaremos a restituirle a la poesía el anchuroso espacio que le van recortando en cada época, que le vamos recortando en cada época nosotros mismos.

Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que repetidas veces me llevaron al error, unos y otras no me permitieron -ni yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso creador, los vericuetos de la literatura. Pero si me di cuenta de una cosa: de que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia mitificación. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen más adelante los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones, sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de nubes, en que se hunden nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.

En cuanto a nosotros en particular, escritores de la vasta extensión americana, escuchamos sin tregua el llamado para llenar este espacio enorme con seres de carne y hueso. Somos concientes de nuestra obligación de pobladores y –al mismo tiempo que nos resulta esencial el deber de una comunicación crítica en un mundo deshabitado y, no por deshabitado menos lleno de injusticias, castigos y dolores- sentimos también el compromiso de recobrar los antiguos sueños que duermen en las estatuas de piedra, en los antiguos monumentos destruidos, en los anchos silencios de las pampas planetarias, de selvas espesas, de ríos que cantan como truenos. Necesitamos colmar de palabras los confines de un continente mudo y nos embriaga esta tarea de fabular y nombrar. Tal vez esa sea la razón determinante de mi humilde caso individual; y en esa circunstancia mis excesos, o mi abundancia, o mi retórica, no vendrían a ser sino actos, los más simples, del menester americano de cada día. Cada uno de mis versos quiso instalarse como un objeto palpable: cada uno de mis poemas pretendió ser un instrumento útil de trabajo: cada uno de mis cantos aspiró a servir en el espacio como signos de reunión donde se cruzaron los caminos, o como fragmentos de piedra o de madera en que alguien, otros los que vendrán, pudieran depositar los nuevos signos.

Extendiendo estos deberes del poeta, en la verdad o en el error, hasta sus ultimas consecuencias, decidí que mi actitud dentro de la sociedad y ante la vida debía ser también humildemente partidaria. Lo decidí viendo gloriosos fracasos, solitarias victorias, derrotas deslumbrantes. Comprendí, metido en el escenario de las luchas de América, que mi misión humana no era otra que agregarme a la extensa fuerza del pueblo organizado, agregarme con sangre y alma; con pasión y esperanza, porque sólo de ese henchido torrente pueden nacer los cambios necesarios a los escritores y a los pueblos. Y aunque mi posición levantara o levante objeciones amargas o amables, lo cierto es que no hallo otro camino para el escritor de nuestros anchos y crueles países, si queremos que florezca la oscuridad, si pretendemos que los millones de hombres que aún no han aprendido a leernos ni a leer, que todavía no saben escribir ni escribirnos, se establezcan en el terreno de la dignidad sin la cual no es posible ser hombres integrales.

Heredamos la vida lacerada de los pueblos que arrastran un castigo de siglos, pueblos los más edénicos, los mas puros, los que construyeron con piedras y metales torres milagrosas, alhajas de fulgor deslumbrante: pueblos que de pronto fueron arrasados y enmudecidos por las épocas terribles del colonialismo que aún existe.

Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. Pero no hay ni lucha ni esperanza solitarias. En todo hombre se juntan las épocas remotas, la inercia, los errores, las pasiones, las urgencias de nuestro tiempo, la velocidad de la historia. Pero ¿qué sería de mí si yo, por ejemplo, hubiera contribuido al gran pasado feudal del continente americano? ¿Cómo podría levantar yo la frente, iluminada por el honor que Suecia me ha otorgado, si no me sintiera orgulloso de haber tomado una mínima parte en la transformación actual de mi pais?. Hay que mirar el mapa de América, enfrentarse a la grandiosa diversidad, a la generosidad cósmica del espacio que nos rodea, para entender que muchos escritores se niegan a compartir el pasado de oprobio y de saqueo que oscuros dioses destinaron a los pueblos americanos.

Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes. Porque creo que mis deberes de poeta no sólo me indicaban la fraternidad con la rosa y la simetría, con el exaltado amor y con la nostalgia infinita, sino también con las ásperas tareas humanas que incorporé a mi poesía.

Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las esplendidas ciudades).

Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.

En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.

Así, la poesía no habrá cantado en vano.


Año 1971, Suecia

viernes, 24 de octubre de 2008

Páginas de la historia

Discurso del Dr. Juan José Arevalo Bermejo


Palacio del Congreso, 15 de marzo de 1945.

Honorable Junta Revolucionaria,
Honorable Asamblea Nacional Constituyente,
Honorable Congreso,
Honorable Poder Judicial,
Reverendísimo e Ilustrísimo Arzobispo de Guatemala,
Excelentísimos señores Representantes de las naciones amigas,

Pueblo de la República:
Hemos asistido en el curso de muy pocos meses a actos de gran trascendencia nacional e internacional. Un pueblo entero, por sus solas fuerzas morales y materiales ha quebrado un sistema totalitario de vida para asumir por sí mismo el gobierno en un gesto de restauración republicana. Así ha contribuido el pueblo de Guatemala para realizar el ideal democrático, que ahora enciende los continentes y los mares, en lucha infernal contra aquellos gobiernos que se habían conjurado para desnaturalizar los legítimos destinos del hombre.
Creemos, pues, que en el orden internacional, lo que sucede ahora en Guatemala tiene singular importancia. Guatemala ha dejado de ser una mascarada democrática para convertirse en una democracia. Y así, con esta nueva realidad social y con esta nueva investidura moral, podemos seguir sin rubor y sin simulaciones, luchando en la medida de nuestras fuerzas, al lado de las grandes potencias democráticas que dan su sangre, su poder material, su dinero y su tiempo en defensa de todos los habitantes de la tierra. Guatemala estaba en mora con la democracia. Habíamos hecho de la democracia un argumento retórico en nuestra vida interna, y un pasaporte fraguado para convivir en concubinato con las naciones democráticas. El 20 de octubre de 1944, amasadas en una sola empresa popular todas las reservas morales de la República, prendimos fuego a aquella máscara democrática. Ahora, sí: el pueblo de Guatemala, con el corazón en la mano y la cara puesta en sus altos destinos, se muestra al mundo tal cual es, tal cual hubiera requerido presentarse desde 1821, unificadas todas sus clases sociales, todas las profesiones, los hombres de todas las edades, en un propósito de convivencia democrática, digno de nuestro siglo, digno de América y digno de esta hora de prueba para el hombre. Tres continentes arden en guerra en estos días. América, refugio y reserva de la democracia, sirve de freno al enemigo universal. El continente de la paz se ha visto obligado a incorporarse en la lucha espantosa. Gracias al poder de los Estados Unidos, la guerra se mantiene lejos de nuestro suelo. Pero en más de una forma, sentimos los efectos de la guerra, así como experimentaremos en su hora los efectos benéficos de la victoria. Suele decirse que la democracia está en juego, en lucha de vida o muerte. Preferible es decir que está en crisis. Porque después de esta guerra, garantizada la victoria, emergirá como eco de los combates la exigencia de una democracia depurada, más sincera, más enérgica, mejor organizada. La democracia de postguerra ha de ser una democracia funcional, es decir, un sistema de gobierno y un sistema legal que broten como flor natural desde el seno afectivo de los pueblos. Deben desaparecer los gobiernos postizos y las leyes incongruentes con la realidad. En la mayoría de los casos se ha convenido en identificar la farsa electoral con la voluntad popular, y cierto engranaje jurídico internacional, digno de ser revisado y rectificado, se apresuraba a legalizar la farsa electoral incurriendo en delito de lesa democracia al reconocer como “legal” y como democrático un gobierno emanado del fraude. A esto le hemos llamado concordia internacional. Grandes estadistas han propuesto fórmulas jurídicas para garantizar esta simulación democrática. Y lo han hecho de buena fe, porque con su criterio de juristas no pueden traspasar los límites de la tradición y de la ley convenida. Desde el punto de vista jurídico tradicional, una nación no tiene derecho a juzgar el fraude electoral realizado en un país con el que se guardan habituales relaciones de amistad. En algunos casos, ha habido más que farsa electoral: ha habido sojuzgamiento brutal y sanguinario de la voluntad popular. Y a pesar de que sabemos eso, nuestra moral internacional nos impide negar el reconocimiento a aquel gobierno antidemocrático. Nos sentamos a la mesa redonda de la democracia, mezclados caprichosamente, los representantes de gobiernos populares con los representantes de gobiernos totalitarios, brutalmente totalitarios.
He aquí el pecado mayor de nuestra democracia: la insinceridad para consigo misma, la infidelidad para consigo misma. Si la democracia está en crisis se debe a sus propios descuidos, a sus propias complacencias con los enemigos de la democracia. Creemos, por eso, que al terminar la gran guerra debiera acordarse una nueva política internacional para la defensa de los pueblos estafados. No pretendemos que se juzgue a ningún gobierno actual; pero creemos que después de la guerra los pueblos de América debemos ponernos de acuerdo para que en lo sucesivo no se reconozca a ningún nuevo gobierno que emane de una farsa electoral. Esto crea serios problemas jurídicos. Esto se sale de los moldes habituales de la diplomacia mundial. Esto supone la “ingerencia” en los negocios internos de un país “amigo”. Sí: la dificultad está ahí. Pero no hay ninguna dificultad que nos impida ponernos de acuerdo para ponernos de acuerdo para depurar la democracia, para fortalecerla, para fecundizarla. Y bien vale la pena de estudiar las dificultades de la nueva actitud, si es que al adoptarla los gobiernos americanos logramos perfeccionar este único sistema de vida política grato a nuestros pueblos. Mientras aquel acuerdo se logra en el orden internacional, Guatemala ofrece al mundo el ejemplo de su pueblo identificado esta vez con su Gobierno después de catorce años de doloroso divocio. Y nos comprometemos a mantener en todo su esplendor este ejemplo de amistad, de simpatía, de cariño por el pueblo, tal como lo ha demostrado la Junta Revolucionaria, el primer Gobierno de Guatemala que no corrompe las elecciones con el fraude oficial a que estábamos habituados. La relación afectiva que ahora existe entre el pueblo de Guatemala y los hombres de la revolución no ha de perderse en ningún momento, y nuestro mayor orgullo será demostrar que los gobiernos elegidos por la intuición popular son más constructivos y más seguros, desde todo punto de vista, que aquellos que se organizan a espaldas del pueblo. Pero no podemos celebrar plenamente esta restauración democrática de Guatemala sin poner nuestro corazón en Centroamérica. El dolor de nuestra historia patria no se debe exclusivamente al nazismo criollo que hemos padecido. También arranca del dolor del desmembramiento. No hay guatemalteco que no sueñe con la patria grande, que no ame a Centroamérica como un ideal político y como una realidad afectiva Nuestro sentimiento de fraternidad para con los hijos de las otras porciones del istmo es profundo, es sincero. Nos sentimos incabales cuando pensamos en que todavía somos cinco repúblicas pequeñas, expuestas al manotón de un ambicioso o a la explotación de una camarilla. Pero terribles adversarios nos separan. Y esos adversarios han sido nuestros propios gobiernos. La federación centroamericana ya se hubiera hecho si los gobiernos hubieran depuesto sus intereses personalistas. Mientras los unos temen quedarse fuera del poder, los otros sólo piensan en la federación para llegar al poder en la nueva gran república que se construya. Ambas preocupaciones deben desaparecer. Los gobernantes de Centroamérica debemos ir a la federación, previo renunciamiento de todas nuestras posibilidades políticas. La Junta Revolucionaria de Gobierno de Guatemala nos ha dado la lección definitiva: hay que empezar renunciando a las propias posibilidades políticas para poder hacer algo grande, algo digno de la historia contemporánea. La federación centroamericana no es un mito: es una posibilidad a corto plazo. Sólo falta que los cinco presidentes nos reunamos para ofrecer a los pueblos nuestra renuncia como presidentes actuales, para renunciar a toda presidencia futura, para comprometernos a dar absoluta libertad electoral en una palabra: para devolver a América esta nación centroamericana de hace un siglo convertida en una gran democracia viviente, poblada de ocho millones de trabajadores pacíficos, económicamente poderosa y militarmente modernizada. Puedo asegurar que el pueblo y el Ejército de Guatemala verían con júbilo el renacimiento de la patria grande, sobre estas bases de cordialidad, de paridad y de desinterés. Mientras esperamos la federación, Guatemala, pensando en ella, apresurará como quien dice, el arreglo de su propia casa. Está ya en marcha la modernización del Ejército, que será de hoy en adelante, una entidad autónoma, de gran responsabilidad profesional, guardadora de la paz interna, colaboradora en las grandes empresas culturales del país, dirigida por hombres que han puesto a prueba su patriotismo y su cariño por el pueblo. Está también en marcha la experiencia universitaria guatemalteca, que aspira convertir a la Universidad en un organismo también autónomo, promotor de la alta cultura y colaborador en las empresas nacionales de alfabetización e higienización. Su vasta tradición espiritual la autoriza a convertirse en guardadora de los bienes espirituales de la Nación. Está también en marcha esta experiencia novedosa entre nosotros, de reconocerse mutuo respeto entre los grandes organismos del Estado, para averiguar en qué medida la justicia puede convertirse en patrimonio del organismo Judicial y la legislación en patrimonio del organismo Legislativo. Está a punto de comenzar la política “feminista” de Guatemala, que otorga a la mujer alfabeta paridad de derechos cívicos con el hombre. Podríamos asegurar que esta vez la ley emana de la experiencia y no será la experiencia consecuencia de la ley. La mujer guatemalteca demostró en 1944 la misma fe democrática, la misma voluntad heroica que los hombres. Ella se ganó los galones ciudadanos en la trinchera del civismo, y la Constituyente de 1945 no ha hecho otra cosa que no sea reconocer un derecho que nuestras mujeres han ejercitado con honor. Está en vías de iniciación la gran experiencia social de protección al trabajador, al campesino, al enfermo, al anciano, al niño. El gobierno de Guatemala padecía de ciertos prejuicios de orden social. Los obreros, los campesinos, los humildes eran vistos con desconfianza, quizá hasta con desprecio. Los mismos capitalistas, los finqueros, los jefes, se veían inhibidos para hacer algo en favor de los necesitados, porque cualquier intento de legislación o de protección era mal visto por el Gobierno. Había una fundamental falta de simpatía por los trabajadores, y el menor reclamo de justicia era eludido y castigado, como si se tratara de aplastar el brote de una epidemia espantosa. Vamos ahora a instaurar el período de simpatía por el hombre que trabaja en los campos, en los talleres, en los cuarteles, en el comercio. Vamos a equiparar el hombre con el hombre. Vamos a despojarnos del miedo culpable a las ideas generosas. Vamos a agregar la justicia y la felicidad al orden, porque de nada nos sirve el orden a base de injusticia y de humillación. Vamos a revalorar cívica y legalmente todos los hombres que habitan la República. Y lo vamos a lograr de común acuerdo, sin violencias, sin exigencias torpes, sin mezquindades ni usuras. Todos los capitalistas de la República, los industriales y los finqueros, guatemaltecos o extranjeros, tienen el pleno apoyo del Gobierno para sus intereses legítimos y algo más que apoyo: también ellos tendrán de parte del Gobierno la simpatía que les corresponde porque sabemos que trabajan la grandeza de Guatemala. Y desde ahora sé que cuento con todos para iniciar, lenta y progresivamente, la revaloración de los hombres de trabajo. Quizá hayan tenido ellos el temor de que un gobierno de origen democrático fuese menos fuerte que un gobierno de estilo totalitario. Por el contrario: un gobierno que merece la fe de su pueblo está en mejores condiciones para proteger que un gobierno divorciado de su pueblo. Gobiernos democráticos no son gobiernos anárquicos. La democracia supone el orden justo, la paz constructiva, la disciplina interior, el trabajo alegre y fecundo. La diferencia estriba en que un gobierno democrático supone y exige la dignidad de todos, mientras que un gobierno totalitario sólo reconoce la dignidad de los poderosos. Paralelamente a estas experiencias, haremos también la gran experiencia culturalista. La nueva Constitución impone al Gobierno el deber de iniciar la alfabetización de las masas. Es un deber que los hombres de la revolución nos hemos impuesto para no vacilar en su cumplimiento. Empezaremos a construir edificios para escuelas. Llevaremos las escuelas a las aldeas, y algunas de esas escuelas tendrán ruedas para trepar a las montañas y meterse en los bosques. Las escuelas no llevarán sólo la higiene y el alfabeto: llevarán la doctrina de la revolución. La nueva organización de los cuarteles militares está también concebida por los actuales jefes del Ejército con vistas a la alfabetización de los hombres del campo. Una misma pasión culturalista mueve a civiles y militares en esta hora de renovación. En una palabra: Guatemala se prepara, dentro de la limitación de sus posibilidades económicas, contagiada de la angustia mundial, para demostrar que la idea democrática no es una idea simplemente electoral, sino un compromiso de orden social, de orden económico, de orden cultural, de orden militar. La democracia guatemalteca no se agotará en los actos electorales. Será un sistema permanente, dinámico, de proyecciones en el todo social y de infatigable vigilancia. Democracia quiere decir unificación moral y efectiva. Y Guatemala se compromete a mantener en todo su esplendor la idea y la realidad de la democracia, para tener bien ganado nuestro asiento en la mesa redonda de los debates internacionales, y para tener y mantener la felicidad conquistada por este pueblo, acrecentándola en todo lo posible.
Constituyentes de 1945:
Recibo de vuestras manos la nueva forma legal de la República. La he leído minuciosamente. Es un texto científico, de inspiración jurídica moderna y de cálida emoción democrática. Sabemos que lo habéis trabajado con amor, con talento, con genuino sentido revolucionario. Contiene grandes esperanzas para el futuro, si bien trasunta cierta amargura por nuestro pasado político. El Presidente de la República tiene en esta Constitución bien precisadas sus funciones. Como primer Presidente de la nueva Guatemala, os prometo que cumpliré con fidelidad los preceptos de esta Constitución, con la humildad que me define como hombre pero con la dignidad que corresponde al cargo transitorio de que estoy investido.
Honorable Congreso:
Asumo el cargo de Presidente Constitucional de la República con plena conciencia de la tremenda responsabilidad que ello significa. Vosotros los representantes de los pueblos, habéis venido a este recinto plenos de fe revolucionaria, es decir, de fe patriótica. Os hemos visto y os hemos oído acuerpar a la Junta Revolucionaria en todos sus actos de depuración, de restauración, de reivindicación, y el pueblo por eso os ha acompañado con su simpatía. Sois el primer Congreso de Guatemala que va a gozar de plena autonomía en sus funciones. El ejecutivo nada tendrá que ordenaros, pero por eso mismo vuestra proximidad con el Ejecutivo debe ser más estrecha. Identificados en el mismo ideal de grandeza para Guatemala, seremos dos fuerzas juveniles convergentes.
Honorable Poder Judicial:
En el Palacio del Ejecutivo se han mandado cortar los hilos telefónicos que sometían la majestad de la justicia a los caprichos de un autócrata. La Revolución de octubre os ha devuelto la imprescindible independencia para asumir la responsabilidad de vuestros fallos. Contad desde ahora con el Poder Ejecutivo para consolidar vuestros fueros. Un aliado será, desde que por tesis revolucionaria ha renunciado a intervenir en la justicia. las familias de Guatemala están llenas de dolencias y de heridas provocadas por aquella justicia palaciega que daba y despojaba en beneficio de los altos funcionarios. Es terrible vuestra tarea de restauración, de recuperación, de reivindicación de la ley. Que vuestro patriotismo os ilumine para devolver al pueblo sufrido de Guatemala la fe que había perdido acerca de la imparcialidad de la Justicia.
Honorable Junta Revolucionaria:
El cargo de Presidente Constitucional de la República, supone primeramente un honor de carácter formal, que radica en la altísima función conductora a que está llamado un Presidente. Además de ese honor formal, supone el cargo un honor fundamental cuando se ha llegado a él por invitación del pueblo en comicios libres como lo realizados en diciembre. Pero a esos dos tipos de honor se agrega en mi caso el honor de carácter histórico, que consiste en recibir de vuestras manos las altas funciones gubernativas. Llegasteis al gobierno en momentos trágicos para la patria: en momentos en que parecía que fuerzas diabólicas volvían a sumir a nuestro pueblo en la abyección de otra dictadura. Asumisteis el gobierno por imperio de la voluntad popular que os aclamaba y os aclama como restauradores de la democracia. Ejercisteis el difícil gobierno con energía, con valentía, con desinterés, con sacrificio y sin fatigas. Tuvisteis oportunidad para corromper vuestra propia obra, por consejo ruin de políticos de vieja escuela y preferisteis cumplir vuestra palabra de honor empeñada con el pueblo. Por todo esto, señores de la Junta, os habéis ganado la gratitud de la patria y un lugar de lujo en nuestra historia. Habéis creado democracia, habéis devuelto la dignidad cívica a los guatemaltecos, habéis llenado de felicidad todos los corazones y nos habéis trazado una norma a vuestros sucesores. Mayor Arana: Capitán Arbenz: ciudadano Toriello: representáis para la nueva Guatemala el coraje, la dignidad, el desinterés, el patriotismo. Por estas virtudes os habéis convertido de revolucionarios en educadores. Vuestro ejemplo, altísimo, será de hoy en adelante la norma de los gobernantes de Guatemala. Nuestro pueblo, traicionado reiteradamente por los políticos profesionales, halló en vosotros, militares austeros y ciudadanos apolíticos, los conductores adecuados para el difícil momento de la Revolución. Y habéis demostrado que la ciencia de gobernar a un pueblo no se aprende en conciliábulos de comité o en libros de experiencia ajena, sino que emerge por intuición patriótica y pasión de justicia.
Sobre los destinos de vuestra obra revolucionaria, estad tranquilos. Sabré defenderla y continuarla, y espero contar siempre, en los momentos difíciles, con vuestra amistad y vuestro consejo, que desde ahora os solicito para beneficio de Guatemala.

Poesia guatemalteca -Manuel José Arce-

POEMA A GUATEMALA

Ando lejos de ti, tan por el mundo
pagando el duro impuesto del exilio.
Regresar a morir. Seguir viviendo
soñándote. Pensándote. Llamándote.
Peleando palmo a palmo con el tiempo
cada rincón oscuro del recuerdo.
Haber salido por la guerra ingrata
que se cerró de un golpe detrás mío
como un frío balazo por la espalda.


Y saber con angustia día a día
Las noticias que llegan con tu muerte.
El dolor repetido y descuidado
reproduciéndose incesantemente.
Los nombres que los diarios tergiversan,
los rostros detenidos en un gesto.
Las cifras congeladas con sus números,
la explosión demográfica de muerte.
Y enterarme de diarios heroísmos
anónimos, certeras explosiones,
balazos disparados desde el pueblo,
combates cuerpo a cuerpo contra el crimen.


Y estar seguro de que cada paso
silencioso a través de las montañas
está imprimiendo los caminos nuevos
por los que va la historia madurando.
Y sentir que tus mapas se han cambiado
y que en nuevos cuadernos los dibujan
manos recientes y sonrientes dedos.
Entre el temor y la camisa tengo
tatuados tus sonidos más profundos…

martes, 7 de octubre de 2008

GRACIAS A CEME -ARCHIVO CHILE-

El Centro de Estudios Miguel Enríquez –Archivo Chile- de donde se han recopilado estos artículos sobre el Doctor Ernesto Guevara de la Serna, nos ha remitido respuesta personal para permitirnos la publicación originalmente de “Por las Rutas del Dr. Guevara” de Envar El Kadri, sin embargo, nos es imperativo extender nuestra solicitud para que podamos re-editar desde Alfil Periódico Digital otros artículos más referentes a la vida, pensamiento y obra de Ernesto “Che” Guevara.
Quien no ha conocido siquiera por curiosidad, circunstancia o compromiso al legendario Che Guevara, no ha sido digno de este postrer siglo XX y ni siquiera podrá entenderse con las realidades ni tener tino con lo que las circunstancias le propongan para cultivar su compromiso político- social con el presente siglo.

CEME es un archivo histórico, social y político básicamente de Chile. No persigue ningún fin de lucro. La versión electrónica de documentos se provee únicamente con fines de información y preferentemente educativo culturales. Cualquier reproducción destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes, porque los documentos incluidos en el portal son de propiedad intelectual de sus autores o editores. Los contenidos de cada fuente, son responsabilidad de sus respectivos autores.
Invitamos a nuestros cultos lectores visitar la dirección electronica de CEME -ARCHIVO CHILE- http://www.archivochile.com

En virtud de lo anteriormente expresado, nos circunscribimos a su observancia y así mismo expresamos nuestra admiración y respeto por el trabajo y contribución de CEME –Archivo Chile- que nos permite desde Alfil Periódico Digital difundir los hechos históricos, políticos y sociales de nuestro tiempo.

CEME -Archivo Chile-

EL CHE (*)
Miguel Ángel de Bóer

¿Qué murió quien? –Preguntó sorprendido-Guevara… el Che Guevara!!!!...- respondió, angustiado, su compañero de pieza en la vieja pensión de la calle Rioja, a la que se había mudado hacia apenas unas semanas.
-¿El que estaba con Fidel Castro?- dijo, tratando de disimular su ignorancia.
-Pero claro… ¿No me digas que no sabes quién es el Che? Y no, no sabía quién era el Che. Si bien había escuchado hablar de él, apenas si tenía el dato de que se trataba de un médico cordobés (después se enteraría que en realidad había nacido en Rosario) y que en su afán por la aventura había recorrido Latinoamérica y terminó participando en la guerrilla cubana.
-¡Che!... ¿en serio que no sabes quién es el Che?...
La pregunta quedó sin respuesta. Aunque no vergüenza, la reiteración de la pregunta le produjo cierta incomodidad, porque si bien no era lo que se dice un veterano, ya se consideraba un tipo bastante informado a esa altura de su carrera.
Octubre ya había ahuyentado definitivamente el crudo invierno cordobés y el calor lo decidió a tomar otra ducha. Tenía la jabonera en la mano cuando Radio Universidad interrumpió su programa para anunciar lo que su amigo terminaba de contarle.
-¿Viste?...Te dije: murió el comandante Guevara… ¡Yanquis hijos de remil puta!...
Fue entonces cuando acusó el impacto en todo su cuerpo –y una tristeza que le resultaba extraña para su intensidad le oprimió el pecho- y tal vez porque intuyó que no se trataba de una muerte más se decidió a averiguar todo lo que pudiera acerca del che, de ese personaje hasta ahora inexistente, que lo introduciría a una visión del mundo que de a poco modificaría -¡no sabía cuánto!- el curso de su vida.
Con el correr de los días no hizo otra cosa que leer todo lo que tuviera que ver con el Che. Por otro lado, en la facultad, en el comedor universitario, en las revistas, en los diarios, la vida y muerte del Che eran los temas preponderantes de conversación y debate.
Así fue conociendo su historia, su capacidad, su valentía, sus ideas, sus anécdotas.
Se devoró los libros de Rojo y de Gambini. Se indignó profundamente –y putió- cuando leyó lo que había escrito Grondona en Primera Plana: …”Guevara representa el miedo de una clase desplazada por el cambio”… sentenció académicamente.
Se enteró quien era el Che a la vez que tenía que asumir con una pena infinita que, ahora sí, ese ser increíble estaba definitivamente muerto.
Y Córdoba, el mundo, dejaron de ser los mismos. Como cuando pasó por el Colegio Deán Funes -“La chacra”- y su corazón se agitó al recordar que allí había estudiado el Che.
La mutación transcurría inexorablemente. En sus hábitos, en su manera de vestir. Y no solo en él: las botas, la boina, la camisa “Graffa”, el pelo aindiado, fueron uniformando a más de uno de sus compañeros de estudio.
Del mismo modo fue cambiando su espíritu, su conciencia de la realidad; como cuando pudo comprender la humana dimensión de Cristo o cuando se identificó casi hasta el fanatismo con John Lennon; o en su etapa esotérica cuando junto con el Turco, en la academia de química que tenía en Alto Alberdi, entraban en trance estudiando a Gurdjieff.
Una profunda convicción iba arraigándose en su interior y gradualmente se transformaba en la meta de su existencia: ser como el Che, el comandante, el artista: ser un autentico Revolucionario.
Su mente y su cuerpo adquirían una nueva dimensión. Sentía, por fin, que podía despedirse de su adolescencia con menos dolor, percibiendo con alegría que ya no se trataba sólo de alcanzar la adultez sino de adquirir la calidad de un hombre distinto, un Hombre Nuevo.
¡Qué bello sonaba! ¡Hombre Nuevo! Un ser nuevo para una nueva sociedad. Con una moral que encarnaría los más altos ideales de la humanidad; donde no habría lugar para el individualismo ni el egoísmo; donde desaparecerían para siempre la explotación del hombre por el hombre, la pobreza y la miseria, donde cada cual viviría de acuerdo a sus necesidades y capacidades; donde la salud y la educación no serian privilegios de algunos y la cultura estaría al servicio de la mayoría; donde la paz y la justicia reinarían soberanamente; donde el hombre liberado de su alienación daría curso a su espontanea creatividad para la dicha de sí mismo y de sus semejantes.
Era la gran oportunidad de no seguir siendo uno más, de romper con la pasividad y el quedantismo ante el curso de los acontecimientos, puesto que se podía y se debía protagonizar y transformar a la Historia. Solo bastaba la decisión de querer hacerlo. Cuba era una prueba de ello. Vietnam estaba en el camino. Y el Che desde ese longplay escuchado decenas de veces, se lo repetía-con esa voz que lo fascinaba- una y otra vez:… “porque el pueblo ha dicho basta… y ha echado a andar”… El presente es de lucha, el futuro es nuestro!”… “¡Hasta la victoria siempre…!”… “¡Patria o Muerte, venceremos!”…
Las condiciones estaban dadas. Y allí donde no la estuvieran, había que crearlas.
Sentía que el mundo se expandía hasta el infinito al descubrir que el destino estaba en sus manos. (¿Qué otra cosa de tamaña magnitud podía anhelar un joven de su edad, en ese momento de su vida?) “Hacer la revolución sin perder la ternura jamás”, había dicho el Che. “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”, explicaba.
“Ser revolucionario: el escalón más alto de la especie humana”, eran las palabras y el pensamiento del Che. Por las cuales había dado su vida, marcando con su conducta el rumbo a seguir.
¡Y qué fuerza cobraba su ejemplo en este mundo de dolor y de humillación! En este país en donde no había libertad. En donde la política de los políticos era sinónimo de acomodo y corrupción. Donde las dictaduras, las proscripciones y la represión, estaban al servicio de los privilegios de unos pocos: de la oligarquía, de la burguesía y del imperialismo.
¿Acaso quedaba otro camino que destruir el sistema para construir uno nuevo? ¿Había otra salida frente a la violencia del sistema que no fuera el de oponerle la violencia revolucionaria? El Che señalaba la senda. Como antes lo habían hecho Espartaco, Tupac Amaru, Lenin, Mao, Lubumba; o los auténticos patriotas latinoamericanos: San Martín, Artigas, Bolívar, Martí, Zapata, Sandino y tantos otros que dieron su vida por un mundo distinto a lo largo de la historia.
Si. Ya era hora de dejarse de joder y continuar la empresa que otros ya habían intentado: Masseti en Salta, Camilo Torres, los guerrilleros de Taco Ralo, Mariguela en Brasil, los Tupamaros en Uruguay.
Había que conformar una vanguardia que guiara al pueblo a la victoria. Había que convertirse en un combatiente, dispuesto a la entrega y al sacrificio por la causa de la clase obrera y del pueblo, por la causa revolucionaria, para la toma del poder y la instauración de una sociedad sin clases.
Las clases dominantes y sus aliados no dejaban otra opción.

Y así fue.

(*) El presente forma parte del libro: “AQUEL VEINTINUEVE” (en preparación).

lunes, 6 de octubre de 2008


Por las rutas del doctor Guevara
Envar El Kadri
De: Archivo Chile CEME.

Guevara viaja a Guatemala y allí comienza a ser conocido como Che. Tras el golpe contra Arbenz, se va a México, donde conoce a Fidel Castro y se embarca en la aventura que lo convirtió en el comandante de la Revolución cubana.


El doctor Ernesto Guevara de la Serna llega a Guatemala en diciembre de 1953 y se aloja en una pensión de la calle 5ta., donde le escribe a su madre: La capital no es más grande que Bahía Blanca y dormida como ella". Pero la ciudad está muy despierta, porque desde la promulgación de la Constitución de 1945 se abolieron las servidumbres y prestaciones personales de los "indios", y se reconoció la igualdad de derechos ciudadanos para todos los habitantes, en su gran mayoría mayas, hasta entonces denigrados y degradados, a pesar de su brillante pasado. El gobierno de Juan José Arévalo (1945-51) había promovido la reforma bancaria, educativa y cultural, dictando un Código de Trabajo que sirvió para reconocer y poner en práctica los derechos sociales; inspirado en la Reforma Universitaria de Argentina, sancionó la autonomía universitaria, y además de reconocer a la República Española y establecer relaciones con la Unión Soviética, condenaba a las dictaduras latinoamericanas, particularmente la de Somoza en Nicaragua. También cometía "la herejía'' de condecorar a Perón con la Orden del Quetzal, por su actitud, en 1947, de romper el boicot estadunidense a los puertos de Guatemala, ordenando a los buques de la Flota Mercante Argentina hacer escalas allí y llevando, según les contó el propio Arévalo a Guevara, armas argentinas para su ejército.

El gobierno de Jacobo Arbenz que lo sucedió, sanciona además el decreto 900 de 1952 para liquidar el latifundio y las relaciones semifeudales de producción. En 1953 se habían expropiado y repartido casi 2 millones de hectáreas, de las cuales 161 mil pertenecían a la poderosa United Fruit. Co., entonces propiedad del hermano del secretario de Estado, Foster Dulles. Todo ello, sumado a la creación de la CGT, la Confederación Nacional Campesina y la existencia del Partido Guatemalteco del Trabajo, fundado en 1948 como Partido Comunista, será el pretexto para la intervención estadunidense.
Pero a principios de 1954, el joven doctor Guevara de la Serna se gana la vida como puede: venderá con los cubanos Ñico López y Armando Arencibia el Cristo Negro de Esquipulas, al que le colocan una lamparita para hacerlo más atractivo; dará clases de español; hará gestiones para trabajar como médico en el Petén, pero rechaza la condición previa de afiliarse al PGT; prepara un libro que nunca terminará sobre la condición del médico en América Latina y, como siempre en este viaje, pasa hambre: "El otro día me tomaron el tiempo en 50 metros, poniendo un bife, y todos los cronómetros marcaron cero", le escribe a Zoraida Boluarte, despidiéndose con "un cariñoso abrazo del pobre Che".

En este ambiente, Guevara conoce a Hilda Gadea, exiliada peruana que "tiene un corazón de platino, por lo menos; su ayuda se siente en todos los actos de mi vida diarios...'' y empieza un romance que culminará en casamiento en México. Sin embargo, no son tiempos para romances. Cuando el gobierno anuncia que expropiará 883 mil hectáreas más, Estados Unidos decide que no puede permitir la continuación de "un gobierno comunista'' y a través del coronel Castillo Armas, lanza su "cruzada libertadora'', que terminará con el gobierno de Arbenz y la revolución. El 14, 15 y 16 de junio de 1954, aviones piloteados por estadunidenses bombardean la casa de Gobierno, preanunciando el final.

Guevara se alista en los Comités de Defensa de la Revolución, se inscribe en el Socorro Médico de Urgencias, recibe instrucción militar en las Brigadas Juveniles, impulsa una resistencia que no se realiza: "era necesario pelear y casi nadie peleó, era necesario resistir y casi nadie quiso hacerlo", escribe. El embajador argentino Nicasio Sánchez Toranzo lo lleva a la embajada, pero Guevara no quiere asilarse; hace un paquete con sus libros y los manda a su tía Beatriz, y en agosto, cuando aviones argentinos llegan para evacuar a todos los asilados, decide continuar el viaje.

México
Cuando Guevara llegó el 21 de septiembre de 1954 a la estación del norte, México era la capital del exilio: puertorriqueños independentistas, cubanos enemigos de Batista, nicas enemigos de Somoza, dominicanos enemigos de Trujillo, guatemaltecos enemigos de Castillo Armas... sin contar con los republicanos españoles, cuyo gobierno era para el de México la representación oficial de España. Honrosa tradición que se mantuvo en los años 70 cuando recibieron además a chilenos, uruguayos, argentinos y mantuvieron relaciones con Cuba, a pesar de las presiones.

Ese México moldeó el temple del doctor Guevara de la Serna, aunque criticara lo que para él fue la débil posición oficial frente al derrocamiento de Arbenz en Guatemala. El doctor Mario Salazar Mallén, jefe del Hospital General, le consigue una plaza en la Sala de Alergia, donde vuelve a engancharse con los cubanos, al encontrarse con Ñico López. En la lucha por la sobrevivencia, Guevara compra una cámara Retina 35 mm y comienza a trabajar de "fotógrafo ambulante''.

En noviembre se encuentra con Hilda Gadea, con quien pasea por la ciudad, Toluca, Cuernavaca; van al cine a ver Romeo y Julieta o Arriba el telón, de Cantinflas. Le gusta tanto el humor del cómico mexicano, su hablar sin decir nada, que cuando quiere reírse de sí mismo se compara con él. Al comienzo de 1955, Guevara encuentra en un tranvía al periodista argentino Alfonso Pérez Vizcaíno, quien le ofrece trabajar para la Agencia Latina como fotógrafo en los II Juegos Panamericanos. Lo hace del 6 al 20 de marzo, algunas de sus fotos son publicadas y en junio cobra 3 mil pesos, la mitad de la suma convenida, que representa un alivio para su economía.
En esa época conoce a Raúl Castro, quien lo ayudaba a recoger gatos callejeros con los que realizaba experimentos sobre alergia. En julio lo invita a la casa de María Antonia González, calle Emparan 49, donde conoce a Fidel Castro, recientemente liberado por una amnistía. "Recuerdo que nuestra primera discusión versó sobre política internacional. A las pocas horas de la misma noche, en la madrugada, era yo uno de los futuros expedicionarios".

Al enterarse de la caída de Perón en septiembre, le escribe a su tía Beatriz: "Yo no sé bien qué será, pero sentí la caída de Perón un poquito. La Argentina era una ovejita gris pálido, pero se distinguía del montón; ahora ya tendrá el mismo colorcito blanco de sus 20primorosas hermanas..."

De su matrimonio con Hilda, nace el 15 de febrero de 1956 Hilda Beatriz Guevara Gadea, que inscribirán como mexicana, en homenaje al pueblo de México. Cuando Fidel visita a la recién nacida, conversan sobre la necesidad de comenzar el entrenamiento del grupo que marchará a Cuba para derrocar a Batista. En el rancho Santa Rosa, cerca de Chalco, será nombrado jefe de personal de los futuros expedicionarios. El republicano español Alberto Bayo les da instrucción militar, les hace leer y repetir las 150 preguntas a un guerrillero, manual redactado por él mismo.

El 24 de junio lo detienen junto al resto de sus compañeros y lo llevan a la Estación Migratoria, que diversos autores sitúan en la calle Miguel Schultz número 27, y que nosotros ubicamos entre los números 103-105, donde hoy funciona la Escuela Primaria Luz Oliveros. En esta cárcel lo visita Ulises Petit de Murat, amigo de sus padres, quien estaba seguro de liberarlo con un trámite especial. Guevara rechaza la excepción y poco después le dice a Fidel que de ninguna manera retrase la revolución por él. "Yo no te abandono'', fue la respuesta de Fidel. "Y así fue, porque hubo que distraer tiempo y dinero preciosos para sacarnos de la cárcel mexicana."

La solidaridad mexicana se manifiesta con la visita del ex presidente Lázaro Cárdenas, que hace gestiones para liberarlos, lo que ocurre a los 57 días. El gobierno mexicano no se deja presionar por Batista y en lugar de expulsarlos, los libera, "invitándolos a abandonar el país a la mayor brevedad posible..." Todos pasan a la clandestinidad y continúan la preparación: Antonio del Conde, El Cuate, que les había provisto de armas, les prepara el yate Granma, en el río Tuxpan. En la madrugada del 25 de noviembre de 1956, 82 hombres casi pelean por subir a esa cáscara de nuez, donde sólo entrarían 20 como mucho. Temen quedar fuera de la expedición, que prevé llegar en tres días a Cuba y tardará siete...

El equipo del cineasta Miguel Pereira toma las últimas imágenes, allí donde el río Tuxpan se une al golfo de México. Seguimos las huellas del viaje que llevó al doctor Guevara desde la porteña estación Retiro, el 7 de julio de 1953, cuando pensaba ir a trabajar al leprosario San Pablo, en Venezuela, hasta Tuxpan, cuando entrará en la historia como el legendario Che.

** Envar El Kadri, argentino, fundador de las Fuerzas Armadas Peronistas. Detenido en 1968 y liberado en 1973, exiliado en Francia entre 1976-83. Actualmente es productor cultural y junto con el director de cine Miguel Pereira realizó el documental Por las rutas del doctor Guevara.
ESPIONAJE EN CONTRA DEL GOBIERNO DE COLOM Y TAMBIEN UN MODUS OPERANDIS DE ESTADO QUE SE REVIERTE EN SU CONTRA Y ES UN MAL INTRINSECO EN LA SEGURIDAD DE MUCHAS EMPRESAS, INSTITUCIONES Y PERSONAS.
por: Iván I. Choto
…¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. –Miguel Ángel Asturias, en El Señor Presidente-
Ahora se ha comenzado a destapar la olla de los grillos, el espionaje en contra de Álvaro Colom, es un hacer de Estado que se revierte en su contra así como es una práctica que también se utiliza en la seguridad de muchas empresas, instituciones y personas. Lo de este momento no es nada nuevo, siempre ha estado presente en la vida pública y privada de todos los guatemaltecos, es un espectro silencioso que ha extendido sus tentáculos desde las dictaduras de Estrada Cabrera y Ubico Castañeda y fue altamente perfeccionada y consentida en la estructura de poder durante los gobiernos militares sucedidos desde 1954 hasta nuestros días. El modelo de espionaje de Jorge Ubico por ejemplo, se adoptó como escuela para el apoyo de su homologo Tiburcio Carias Andino de Honduras, una dictadura que se mantuvo 17 años, un poco más allá de los movimientos que derrocaron a Hernández Martínez el 8 de mayo y a Ubico el 1 de julio de 1944, en El Salvador y Guatemala respectivamente.
Fue en la dictadura de Manuel Estrada Cabrera que se instauró la escuela más paradigmática del espionaje en Guatemala. En la edición crítica de “El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias, Gerald Martín, en las notas explicativas refiere de Carlos Wyld Ospina que a Estrada cabrera siempre le interesaban las debilidades de sus compatriotas y siempre le fascinaban los chismes: “De su juventud, ya togado, solo se recuerda que era la gacetilla andante de Quetzaltenango”. “Ha Estrada Cabrera no le pasó lo que a los estadistas de gabinete, que no viven en contacto con las realidades circundantes. No obstante que su larga permanencia en el poder fue un solo e ininterrumpido encierro, supo mantenerse al tanto de todos los sucesos públicos, interiores y externos, y aun de las intimidades de la vida de sus súbditos, hasta un punto que asombraba y producía terror en sus mismos agentes secretos, menos enterados que él de estas cosas… por lo vasta, bien ordenada y exacta, su memoria era un registro de títulos, nombres, abolengos, fortunas, anécdotas y datos de toda laya relativos a los habitantes de Guatemala”. “Nace entonces el “oreja” o espía y soplón a sueldo y también el agente informador gratuito, el que orgullosamente se llama “amigo incondicional del Señor Presidente”: toda una red de espionaje y delación que se teje como una telaraña de temor a lo largo de todo el país y cuya tarea no es solo la de reprimir toda tentativa contra el primer magistrado y hasta la de informar sobre cualesquiera forma de oposición a su gobierno, aun cuando solo se trate de alguna simple censura en alguna conversación privada, sino todavía de algo positivo: promover las adhesiones espontaneas al Jefe de Estado”. Y: “su talento político se acerca notablemente al de una araña cuando teje su tela y espera después, días enteros, a que caiga en ella la mosca apetecida”. Se nos ocurre, entonces, que la imagen de los “hilos invisibles” es múltiple: hilos de la telaraña, hilos de los títeres, etc.”.
Las sospechas del presidente Álvaro Colom respecto de que estaba siendo víctima de espionaje son más que una sospecha, son una denuncia, un reproche un desenmascaramiento de recónditas disposiciones paralelas que mueven el destino de Guatemala a desprecio de lo constitucional y de los principios puramente democráticos. El presidente, no solo denunció la existencia de aparatos de alta tecnología en la Casa Presidencial, su oficina privada de la zona 14 y su residencia sino que nos puso a reflexionar sobre una cultura de sometimiento e intimidación que se estila en todos los ámbitos de la vida nacional muy a pesar del “forzado” giro democrático que nos obligó a capitular un conflicto armado interno que es como quitarse el dolor de una ulcera sangrante sin eliminar el hábito que nos hace padecer la enfermedad.
Las antiguas prácticas de aparatos de inteligencia militar, muy a pesar del intento democratizador, continúan vigentes como en su época de manifestación más intensa y tenebrosa en la década de 1960 y 1970 cuando se justificó para reprimir al movimiento insurgente. Todo su más alto desarrollo tecnificado y sofisticado durante la década de 1980 se utiliza hoy en contra de la población civil, ha sido llevado a los sistemas de seguridad de empresas, en donde los responsables de la seguridad mantienen un enlace y apoyo con sus homólogos castrenses, compañeros de la “promo” en el argot militar que les allanan el camino hacia la impunidad.
El caso es que aun no estamos librados de una práctica de inteligencia involucrada en los peores hechos de violencia: desapariciones, asesinatos, secuestros y torturas. Había que ser la voz del presidente a la que se le puede creer que aun existen las intercepciones telefónicas y habrá que poner empeño desde la potestad del Estado para redescubrir que aun existe y ahora sofisticado por la tecnología informática un sistema de computadoras en el que se almacenan las fichas de las personas con sus fotografías y los datos que contienen información sobre el partido político, organización a la que pertenecen y cualquier asunto especifico al que deseen circunscribir su investigación.
Pero si lo dice la voz del Procurador de los Derechos Humanos, no se conjetura como que sea una mentira, es solamente la voz de un sensiblero con la marginalidad, o si la voz de un periodista, un pagado para desestabilizar o un mequetrefe que en cualquier momento la pagará, o si la voz de un político, es la de alguien capaz de inventarle males a su madre para mantener vigente su figura, si la voz de un activista es la voz de uno cuya mercancía son los males de Guatemala para conseguir donantes para su causa, y así podríamos hacer una larga lista de detracciones contra una realidad que se vuelve una pesadilla que redescubre miserias denigrantes que padecemos per secula seculorum.
Desde esta columna he denunciado el espionaje existente en la Compañía Guatemalteca de Níquel, instaurado con la venia o no de sus administradores por Mynor Padilla, contra las personas a quienes se las considera enemigas del proyecto minero Fénix. El caso de la CGN, es el típico de una compañía minera que utiliza en su sistema de seguridad estas prácticas de inteligencia militar con la incondicional colaboración de sus administradores. Sabrá Dios con que argucias o recursos se habrá desvanecido esta realidad para hacerla parecer como una calumnia contra la CGN. Casi se llega al colmo con que se les crea que están en otro planeta o en otra galaxia para insistir en que ellos no lo hacen, o es que rayan en el escandaloso cinismo o se atreven a creernos ingenuos si es que no tan del todo pendejos. ¿A quién de los administradores dentro de las prácticas de hostigamiento en contra de la formación del sindicato o contra la gente acusada de invasores, se le salió de la boca que tenían al jefe de la SAE como su incondicional apoyo? ¿Fue al imbécil de Andrew Grant? ¿Al desatornillado Len Babin? ¿Al penitenciado Padilla? Fue a uno de estos tres, pero lo seguro es que siempre han basado su fuerza contra la comunidad, los opositores, los empleados y sus enemigos imaginarios utilizando las tan despreciables prácticas de espionaje que se práctica tan devotamente como culto a una gran religión en nuestra convivencia social.
En cualquiera de las reuniones con los grupos comunitarios, en una negociación, cita, conversación con grupos o personas de las comunidades y hasta con autoridades civiles o religiosas han estado presentes las siniestras figuras de Mynor Padilla y Roberto Dala (ahora aparentemente ya no tan amigos) siempre en fingimiento de amables, desenfadados y hasta amenos en la tertulia con las personas, con su cara de buenos inocentes como quienes no hacen nada pero en afanosa consigna de llevarse todo grabado en sus singulares aparatos escondidos entre las bolsas de sus camisas o sus pantalones. Ha sido un tema discutido y cuestionado por gente decente dentro de la Compañía porque si la hay decente dentro de la CGN, aunque no sea creíble, en contraste con los inescrupulosos que niegan el acecho indiscriminado que se practica con un sentimiento de víctimas de una artera calumnia como quien intenta hacer pensar que el pobrecito Juan no sabe nada de hilos porque si es María la que cose.
Las mismas prácticas con las que han sido sorprendidos los más cercanos colaboradores del mandatario y como no hacerlo a placer y capricho en contra de simples ciudadanos comunes si se ha intentado contra el más alto representativo del poder.
Lo que se muestra susceptible de suceder aun en la más alta esfera de poder en el país, debe causar motivo de un interés investigativo por parte de todas las instituciones democráticas, debe entenderse como algo que sucede como síntoma de un mal corrosivo que persiste en nuestra configuración nacional. Hemos sido amañados al silencio, el hacer como que nada pasa y al creernos que nos baboseamos a la comunidad internacional con nuestras apariencias de honorables a los que debe creérseles todo.

Páginas de la historia

LA CIA Y GUATEMALA: MANUAL PARA DERRIBAR UN RÉGIMEN

La operación que depuso al presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, hace ya casi medio siglo, pone al descubierto semejanzas y cambios de la estrategia imperial para liquidar enemigos, o fabricarlos según convenga. ”Ellos igual nos habrían derrocado, aunque no hubiésemos plantado bananos.”
J. Fortuny, sindicalista guatemalteco

Sentenciada por una violenta colonización, Guatemala ha recogido un amplio legado de personalismos y golpes de Estado. Asociada con apellidos de dictadores históricos comenzó a transitar a partir de 1944 sus "diez años de primavera". Por medio de sus primeras elecciones libres, Juan José Arévalo inició en 1945 el proceso reformista, continuado y profundizado luego por Jacobo Arbenz, su sucesor en 1950. Pese a la continua presión externa -Arévalo denunció 32 complots-, Arbenz, apenas asumido, dejó claros sus objetivos: "Convertir nuestro país de una nación dependiente con una economía semicolonial en un país independiente económicamente" e intentar abandonar su carácter "feudal" por el de un "Estado capitalista moderno". Pese a afirmar que para alcanzar dichas metas necesitaba "fortalecer su sector privado" donde "descansa la actividad económica fundamental", osadamente remarcó que necesitaría del capital extranjero sólo en la medida de que el mismo se ajustara "a las condiciones locales, (y) permanezca siempre subordinado a las leyes guatemaltecas, coopere con el desarrollo del país y se abstenga de intervenir en su vida social y política".
Partiendo del censo de 1950 (41 por ciento de la tierra concentrada en 516 fincas; 0,14 por ciento del total), Arbenz programó la reforma agraria. Concebida en el afán de lograr revertir una regresiva situación social, proponía "liquidar la propiedad feudal en el campo" para, desarrollando "métodos capitalistas de producción", sustentar el "camino para la industrialización". Deteniéndose en que fueran "abolidas las formas de servidumbre", "las prestaciones gratuitas y los repartimientos de indígenas", subrayaba el "desarrollar la economía capitalista campesina y de la agricultura en general". Afectando a guatemaltecos y extranjeros, los comités agrarios comenzaron su aplicación en marzo de 1953. Hasta su renuncia (junio de 1954), Arbenz firmó expropiaciones de medio millón de hectáreas ociosas, lo que significó que 500 mil campesinos se vieran beneficiados, otorgándoseles (para fomento del mercado interno) créditos por 18 millones de dólares. El producto bruto, el consumo personal y la importación de maquinarias (tres rubros en ascenso), demostraban la eficacia del plan.
LA CONSTRUCCIÓN DEL ENEMIGO
Los problemas se profundizaron cuando la aplicación del proyecto afectó las tierras ociosas de la United Fruit Company (UFCO). La compañía -molesta ya con Arévalo- acudió al Departamento de Estado, cuyo secretario, John Foster Dulles, era un abogado que entre sus méritos contaba haber redactado los borradores de los contratos firmados por la empresa y el gobierno guatemalteco en 1930 y 1936. Fue por su intermedio que la UFCO reclamó entonces 16 millones de dólares, que de acuerdo con lo que preveía la ley agraria eran sólo 627 mil, explicándose la diferencia en que, para evadir aportes, las declaraciones habían sido históricamente fraudulentas.
En medio de la "caza de brujas" macartista, la UFCO contrató "una compañía" para iniciar "una campaña agresiva contra Arbenz en los medios de comunicación estadounidenses". En efecto, y según Redmond (presidente de "La Frutera"), "de aquí en adelante ya no se tratará del pueblo de Guatemala contra la UFCO; la cuestión se convertirá en el caso del comunismo contra el derecho de propiedad, la vida y la seguridad del hemisferio".
Con la perspicaz conciencia de que el discurso crea realidades, modifica conductas y actitudes, los estrategas estadounidenses se lanzaron a demostrar cuán cerca crecía un satélite soviético, acudiendo al "mito movilizador" de la época (el comunista), muy redituable ante las miradas de la opinión pública.
Amplificada la realidad, abolido el contexto y obviadas las relatividades acerca de distintas situaciones, los funcionarios no tenían dudas: en Guatemala campeaba el comunismo internacional.
Dentro de estos parámetros, Dulles sugirió que la cumbre de ministros de Relaciones Exteriores de la OEA (Caracas, marzo de 1954) tratara un sugestivo quinto punto: "Intervención del comunismo internacional en las repúblicas americanas". Una vez allí, y a pedido expreso de un Dulles presuroso (tenía una cena en Filadelfia), el quinto punto pasó a ser el primero. Escuchadas las alocuciones, y pese a la brillantez del ministro guatemalteco, la relación de fuerzas acabó por corroborar que para Guatemala era una lucha similar a la del "tiburón y las sardinas": 17 votos favorables, dos abstenciones (México y Argentina), un voto contrario, Guatemala. Emitida la "Declaración de Solidaridad para la Preservación Política de los Estados Americanos contra la Intervención del Comunismo Internacional", Dulles se marchó con la llave que pisoteaba la no intervención. LAS ACCIONES DE LA CIA
Con un enemigo "construido" y la vía diplomática allanada, surgió la acción de un tercer agonista, la CIA, a cuyo frente estaba Allen Dulles, hermano del secretario de Estado. Acicateada por la operación contra el dirigente iraní Mohamed Mossadegh -nacionalizador del petróleo de su país-, la agencia ingenió un plan similar para Guatemala dividido en tres operaciones. A pesar de que en la nación centroamericana no llegaron a instrumentarse asesinatos políticos, existen pruebas documentales que permiten asegurar que esa estrategia constaba de toda una metodología legitimadora. Gerald Haines (del Departamento de Historia de la CIA) explicó que los condicionantes de la Guerra Fría llevaron a los estadounidenses a observar la situación guatemalteca no en un contexto centroamericano, sino como fruto de una "creciente y global lucha" contra la URSS, hecho que los convenció de ponerse en "acción".
En consecuencia se barajaron diferentes planes para derrocar a Arbenz, y en uno de esos "esfuerzos" la CIA consideró llevar adelante algunos asesinatos de "piezas clave" del régimen, por lo que elaboró "listas de individuos a ser asesinados, discutió planes de entrenamiento, y condujo programas de intimidación". Los oficiales de la CIA compilaron los "golpes" a partir de una antigua "lista de comunistas de 1949, e información de la Dirección de Inteligencia en enero de 1952"; y con estos datos concluyeron en una nómina de "los mejores comunistas" a "eliminar inmediatamente en evento de un satisfactorio golpe anticomunista".
A pesar de que este plan no fue unánime, pues según Haines hubo quienes no compartían los asesinatos y sí un "acercamiento más cauteloso", en el gobierno de Harry S Truman (1945-1953) "los juicios de la CIA" sobre Guatemala tuvieron apoyo y el plan comenzó como "operación PbFortune".
Aprobado en julio de 1952, en uno de los reportes hoy desclasificados consta el pedido de armas y la entrega de 225 mil dólares a Castillo Armas. Pese a contar con el entusiasta apoyo del presidente nicaragüense Anastasio Somoza (quien en visita a Truman en abril de 1952 manifestó que si lo "proveyeran con armas, él y Castillo Armas derrocarían a Arbenz") el plan fracasó al cabo de un mes. A pesar de esto, hay evidencia de que un "grupo K" fue entrenado, existiendo como prueba fehaciente de esto un manual (Un estudio del asesinato), preparado por un psiquiatra de la CIA, Sidney Gottlieb. En este manual, tras entender al asesinato como "medida extrema" no "moralmente justificable", el psiquiatra escribió que éste podía ser válido por proveer "ventajas positivas" para la organización. Sobre las "técnicas", el médico refirió que quien lo debía llevar adelante debía ser un sujeto "valeroso, inteligente, ingenioso, y físicamente activo, (…) transitorio en el área" y mantener un contacto mínimo con la organización.
Dos memorandos del 31 de marzo de 1954 detallan tres rangos dentro de los cuales debían caer los funcionarios seleccionados, y a partir de allí, dos categorías. El primero especificaba que fueran "funcionarios de alto rango en el gobierno"; el segundo que fueran "ciento por ciento probados como líderes comunistas cuya extirpación es requerida de inmediato para el éxito futuro del nuevo gobierno"; el tercero refería a que debían ocupar una posición "clave" en el gobierno o aparato militar. Y para finalizar, dos categorías, A y B; la primera de las cuales suponía deshacerse de dichas personas por medio del asesinato; y la segunda por el exilio o prisión.
GUERRA DE NERVIOS
Entendida como el intento de vencer a un oponente destruyendo gradualmente su moral con amenazas y presiones psicológicas, el desarrollo de una faceta de este tipo viene a mostrar hasta qué punto la CIA educó y entrenó a algunos funcionarios para desempeñar estas tareas en pos de su lucha contra el comunismo. Y también aporta sobre el papel que ocupaba en su psiquis la histeria anticomunista.
Concebida para "aplicar al máximo la presión psicológica contra los enemigos", intentó poner al gobierno fuera del equilibrio normal para hacerlo susceptible a la posterior intervención secreta y su derrocamiento. Considerada como paso previo, la "psywar" en Guatemala contó con publicaciones falsas, radio clandestina, hojas sueltas arrojadas desde aviones y el uso de tarjetas de intimidación. En definitiva, y como reconoció un estadounidense, aquella fue "una oportunidad de aplicar todo lo que la agencia había aprendido sobre cómo minar a los enemigos con desinformación y amenazas". Reconocida desde el punto de vista táctico como muy eficaz, poseía sus métodos de carácter convencional: se presionaba no sobre la masa sino en "blancos individuales".
"PbSuccess" fue el nombre en código que designó la operación encubierta destinada a remover a Arbenz. Concebida por la CIA, fue aprobada por los departamentos de Estado y de Defensa -el Pentágono- y la Casa Blanca. En método, escala y concepción, la operación no tenía antecedentes y, presentada como un modelo práctico para deshacerse de gobiernos nacionalistas o proclives a doctrinas de izquierda, resultó compartible puesto que era un sustituto más económico y discreto que la intervención de las fuerzas armadas.
Los documentos desclasificados permiten verificar que sus movimientos preliminares comenzaron en 1952 con las propuestas de asesinato. En la mañana del 2 de mayo dos funcionarios reunidos en un hotel pusieron en común sus ideas para derrocar al presidente. Al finalizar, ambos partieron; uno para Washington y el otro a Honduras, a dar cuenta a Castillo Armas. Acordaron un plan que en noviembre de 1953 fue denominado como Plan General de Acción-Guatemala. Los objetivos eran "remover en forma encubierta y si es posible sin asesinatos" a Arbenz e "instalar y sustentar, encubiertamente, un gobierno pro Estados Unidos".
Consideraban que el comunismo se había "atrincherado en Guatemala" siendo una "amenaza"; mientras la oposición estaba "dispersa y desunida". El plan de operaciones constaba de seis etapas: entre ellas "crear desacuerdo y deserción dentro del objetivo", desacreditarlo dentro y fuera, manifestar su "inhabilidad" y "crear esperanza y alentar la paciencia entre los no comunistas". En un segundo plano, externo, se preveía ejercer "presión económica" y "completar acuerdos militares con Nicaragua, Honduras y El Salvador". Se preveía además "crear el máximo antagonismo contra el régimen"; la máxima presión económica, militar y diplomática; "acentuar la actividad divisionista"; una "intensiva campaña de rumores que estimulen el miedo a la guerra" y la proclamación por las "fuerzas revolucionarias" del manifiesto apoyo popular del que gozan. Y no se excluía la aplicación de un plan de "sabotaje agresivo" contra los objetivos clave; el lanzamiento de un "ultimátum" por parte del dirigente rebelde, y la entrada al país de sus fuerzas. Otorgada a la acción una "prioridad máxima", comenzó a aplicarse junto a la "psywar".
PROVOCACIONES Con estos medios en funcionamiento, siendo inminente la invasión, las fuerzas rebeldes de acuerdo con la observación de los funcionarios de inteligencia debían "probar su fuerza", programándose "actos específicos de violencia anteriores al Día D" (comienzo de la invasión) para mayo de 1954.
Para este clima previo un oficial de la CIA elaboró una "serie de provocaciones" tanto locales como internacionales para dotar de justificación al derrocamiento. Creyendo que las condiciones de Honduras eran las más manipulables, el agente de sagaz imaginación aconsejó algunas ideas: "Una bomba soviética explota bajo el auto de Gálvez sólo un minuto después de que salió (...) el virtual asesino arrestado confesaría que es miembro del PGT (...) o quizás mejor (...) un mítico oficial soviético (con) algunos billetes de rublos (...) un pasaporte de escape soviético o polaco u otra visa comunista"; "un grupo de guatemaltecos es capturado en la frontera (con) Honduras, equipado con armas soviéticas, mapas militares, y un miembro del grupo admitirá que son la avanzada de una fuerza guatemalteca a punto de cruzar la frontera".
Internamente -mientras tanto- propuso "secuestrar personas anticomunistas (...) como la esposa y los hijos de un empresario estadounidense; uno podría encontrar las ropas de la mujer ensangrentadas en la orilla de un lago cercano o encontrarse pistas de que los asesinos y/o secuestradores son comunistas, por ejemplo una cruda inscripción 'muerte a todos los capitalistas' con la hoz y el martillo sobre la pared de la casa"; "cometer sacrilegio en una iglesia (...) pintando 'la religión es el opio para los pueblos'"; "disparando contra una finca de la UFCO o la casa de un millonario terrateniente, encontrando restos de una bomba incendiaria soviética".
"Después de unos días como los de arriba", proseguía el agente, "se ha creado una fuerte impresión de un comienzo de terror comunista", disparador de la intervención.
LA DERROTA
Arribaron los mercenarios y, temeroso de que detrás llegara un contingente, Arbenz renunció. Fruto de una traición militar, y gracias a la decidida acción del embajador de Estados Unidos en Guatemala, el mando quedó en manos del coronel Carlos Castillo Armas.
Con la victoria, el principal agente de la CIA en Guatemala (Wisner) comenzó a buscar la forma de "explotar la victoria": con la ayuda de dos oficiales de contrainteligencia prepararon un "trabajo de arrebato" de documentos que permitieran trazar la implicancia comunista. Pese a que al arribar los funcionarios los cuarteles del PGT y los sindicatos "ya habían sido saqueados por el ejército y por niños callejeros", otros funcionarios llegados antes "habían comprado documentos secretos a un niño pequeño".
De aquellas pilas de papeles, destacaba una característica esencial: no probaban implicancia ni dominio externo y poseían "importancia local". Ronald Schneider, un investigador que trabajó con ellos "no encontró huellas de control soviético y sí evidencia considerable de que los comunistas guatemaltecos actuaban solos". Comunismo de entre casa también comprobado cuando los estadounidenses, presurosos por implicancias, decidieron realizar una acción tendiente a que Moscú solicitara extraditar a Arbenz: ello era imposible pues Guatemala ni siquiera mantenía relaciones diplomáticas con la URSS.
Con Arbenz exiliado comenzó la "des sovietización": anulación de la ley agraria y devolución de tierras a la UFCO, firma de un pacto de ayuda y defensa con Estados Unidos, quita de derechos civiles a las mayorías, persecución de sindicalistas y agraristas, y 60 millones de dólares. Abierto así un período de polarización y violencia extrema, hoy Guatemala está sumida en la hambruna y con alarmantes niveles de pobreza. En 1995, al arribar los restos de Arbenz desde El Salvador, velados en el mes aniversario de la revolución, fue el pueblo quien en un acto espontáneo hizo notar que la huella del líder seguía intacta. Pese al silencio de la clase política, cien mil guatemaltecos siguieron su última marcha al cementerio e impidieron la oratoria militar.
La heroica despedida al dirigente vilmente derrocado tal vez demostró que aquella "tierra de la tiranía eterna" fue marcada a fuego por los "diez años de primavera", y que a pesar de décadas de violencia, la huella está aún viva. Por Roberto García. Brecha. Uruguay, octubre del 2002.

Poesia guatemalteca -Ismael Cerna-

EN LA CÁRCEL

(A JUSTO RUFINO BARRIOS)

¿Y qué? Ya ves que ni moverme puedo
y aún puedo desafiar tu orgullo vano.
¡A mí no logras infundirme miedo
con tus iras imbéciles, tirano!

Soy joven, fuerte soy, soy inocente
y ni el suplicio ni la lucha esquivo;
me ha dado Dios un alma independiente,
pecho viril y pensamiento altivo.

Que tiemblen ante ti los que han nacido
para vivir de infamia y servidumbre,
los que nunca en su espíritu han sentido
ningún rayo de luz que los alumbre;
Los que al infame yugo acostumbrados
cobardemente tu piedad imploran;
los que no temen verse deshonrados
porque hasta el nombre del honor ignoran.
Yo llevo entre mi espíritu encendida
la hermosa luz del entusiasmo ardiente;
amo la libertad más que la vida
y no nací para doblar la frente.

Por eso estoy aquí do altivo y fuerte
tu fallo espero con serena calma;
porque si puedes decretar mi muerte,
nunca podrás envilecerme el alma.

¡Hiere! Yo tengo en la prisión impía
la honradez de mi nombre por consuelo.
¿Qué me importa no ver la luz del día
si tengo en mi conciencia la del cielo?
¿Qué importa que entre muros y cerrojos
la luz del sol, la libertad me vedes,
si ven celeste claridad mis ojos,
si hay algo en mí que encadenar no puedes?


Sí, hay algo en mí más fuerte que tu yugo,
algo que sabe despreciar tus iras
y que no puedes sujetar, verdugo,
al terror que a los débiles inspiras.

¡Hiere…! Bajo tu látigo implacable,
débil acaso ante el dolor impío,
podrá flaquear el cuerpo miserable,
pero jamás el pensamiento mío.

Más fuerte se alzará, más arrogante
mostrará al golpe del dolor sus galas:
el pensamiento es águila triunfante
cuando sacude el huracán sus alas.

Nada me importas tú, furia impotente,
víctima del placer, señor de un día;
si todos ante ti doblan la frente
yo siento orgullo en levantar la mía.

Y te apellidas liberal, ¡bandido!
tú que a las fieras en crueldad igualas,
tú que a la juventud has corrompido
con tu aliento de víbora que exhalas.
Tú que llevas veneno en las entrañas,
que en medio de tus báquicos placeres,
cobarde, ruin y criminal te ensañas
en indefensos niños y mujeres.
Tú que el crimen ensalzas y encarneces
al hombre del hogar, al hombre honrado;
tú, asesino, ladrón, tú que mil veces
has merecido la horca por malvado.
Tú ¡Liberal…! Mañana que a tu oído
con imponente furia acusadora
llegue la voz del pueblo escarnecido
tronando en tu conciencia pecadora…

Mañana que la patria se presente
a reclamar sus muertas libertades
y que la fama pregonera cuente
al asombrado mundo tus maldades;
al tiempo que maldiga tu memoria
el mismo pueblo que hoy tus plantas lame,
el dedo inexorable de la historia
te marcará como a Nerón, ¡infame!

Entonces de esos antros tenebrosos
donde el honor y la inocencia gimen;
donde velan siniestros y espantosos
los inicuos esbirros de tu crimen;
de esos antros sin luz y estremecidos
por tantos ayes de amargura y duelo;
donde se oye entre llantos y gemidos
el trueno de la cólera del cielo,
con aterrante voz, con prolongada
voz, que estremezca tu infernal caverna
se alzará cada víctima inmolada
para lanzarte maldición eterna.

En tanto, hiere déspota, arrebata
la honra, la fe, la libertad, la vida;
tu misión es matar: ¡sáciate, mata
mata y báñate en sangre fratricida!
mata, Caín, la sangre que derrames
entre gemidos de dolor prolijos
¡oh! Infame, el mayor de los infames,
irá a manchar la frente de tus hijos.
Aquí tienes también la sangre mía,
Sangre de un corazón joven y bravo,
No quiero tu perdón me infamaría…
Mártir prefiero ser, a ser esclavo.
¡Hiéreme a mí que te aborrezco, impío!
a ti que con crueldades inhumanas
mandaste a asesinar al padre mío
sin respetar sus años, ni sus canas.

Quiero que veas que tu furia arrostro
y sin temblar que agonizar me veas,
para lanzarte una escupida al rostro
y decirte al morir: maldito seas.

Ismael Cerna